sábado, junio 16, 2007

De despedidas y momentos

Aquel era un último día en donde la vida debía continuar - en eso llamado hoy-

Un día de tremenda emoción y al mismo tiempo de muchos sabores en los rostros que no perdían su carñacter juguetón con todo y las lágrimas ocasioanles que se intercalaban con risas, las variadas formas de juego como las variaciónes lumínicas, todo fundido, momento a momento.

incluoso llevadas en los hombros con la dificultad del peso para imaginar que habría por "allá", pues él estaba en el proceso de partida, ese día previo antes de partir, en donde los padres arreglan tantas y tantas cosas dejando que el tiempo se escurra sólo, pues en ese momento nos dejaron a ivan y a mí, ese día que sabíamos los dos dos, era de despedida.


Ivan, es el nombre de un niño que conocí espontánemante cuando yo mismo tenía prácticamente 11 años y él 6 años. Si bien la fugacidad del juego como dos niños estuvo presente, sin darnos cuenta el encuentro casual tan intenso era ya una constante. Recordamos aquel juego en donde nos miramos a los ojos y se podía apreciar la diferencia de momentos. prescisamente esa línea de los ojos locos y gestuales nos hizo un "entendimiento de césped" con emotividad eviente y una inmensa variedad de gestos, de lenguane corporal espontáneo.

A los ojos de los padres no estuvo tan mal que les dijera "lo amo" si bien la originalidad despertó en su debido tiempo la suspicacia para decirme cuando parecía más " adolescente" " partiremos dejándote atrás".

Ese "lo amo" lo dije sin pensar, aunque por otro lado fue como un momento en donde pude sentir una curiosa inteligencia, una sensación de que me estaba arriegsando y tomaba de la mano el juego de modo voluntario, una suerte de imenrsión repentina.

Si de casualidad prescenciaron en el aropuerto una escena de cierto chico que estaba cerca de otro manor que él, prácticamente un desconocido a los ojos de cualqueira y sin embargo que se dieron semajante abrazo con risas infantilles que irrumpían con las lágrimas de complicidad evidente de ese muchacho de unos 15 años, apenas escapadas habrían sentido más de una raraeza. Porque no cambiaría prescisamente esa despedida y aquel día inteso antes de la despedida donde estabamos tan metidos gozando de los momentos de juego.... y es que despedirse como ver crecer, tienen su intesidad, su goce, su tristeza -y su complicidad- .

Ha, ivan, que emoción de recibir tus correos.

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